No son lo mismo

Nada es comparable con quienes atentaron directa y físicamente contra la vida.

 

Una frase publicada en los últimos días, me motiva poner en debate cierta mirada bastante arraigada en muchos y honestos militantes, sobre todo del peronismo.

«A 45 años del secuestro de los doce de la Santa Cruz.

La misma lucha ante los mismos poderes profundamente antidemocráticos.

Se cumplen 45 años de los secuestros y aquí estamos, en una lucha que se parece mucho a la de los 30 mil”

Frase, en una nota, de la periodista Ailin Bullentini.

Quiero controvertir esta idea, sostenida por bastantes compañeras, compañeros, periodistas y pensadores políticos.

 

Creo que es una comparación reaccionaria. Y utilizo este término como valor de la ciencia política y no como agravio. Como comprensión de quienes son cerrados a cambios y reformas en los valores políticos y sociales y se aferran a quietismos fuera de época. A los que son opuestos a las innovaciones.

Idea sostenida en su mayoría, no me cabe duda, desde la buena onda y cierta comprensión histórico/social que, si bien no correcta posee una mirada cargada de dolor, de ansias de reparación y de necesidad de justicia. Pero equivocada.

Pues no es la misma lucha. Son otros los sujetos sociales que detentan posiciones de poder.

Son otros los contextos que definen calidades de «aliados, adversarios y enemigos«.

Son otras las relaciones de fuerza y básicamente son otras las posibilidades de resolver el conflicto. De dirimir supremacías en la lucha. Y de cómo se dirimen.

Hace 45 años había «fierros», tiros, impunidad estatal, terrorismo gubernamental, violencia ejercida sin freno alguno.

Hace 45 años secuestraban, desaparecerían, torturaban y mataban a doce argentinas y argentinos (Iglesia de Santa Cruz) reclamantes de derechos que eran de manera primordial el derecho a la vida y a la aparición de personas detenidas.

Hoy, es impensable salvo retóricas que revuelvan en argumentos poco serios, que esta situación sea parte de la vida política argentina.

La memoria y los dolores no reconocen límites políticos, y eso se entiende.

Las declaraciones públicas realizadas por organizaciones, dirigencia política y las titulaciones periodísticas, sí.

No límites impuestos por censura alguna. Límites desde la racionalidad que evite confusiones en las generaciones más jóvenes que no vivieron la dictadura.

Que no sufrieron cotidianeidades de violencia, angustias, temores y pánicos.

Entonces parangonar tiempos no es bueno. Ni útil.

Quien no vivió la dictadura merece que nosotros como generación partícipe de ese tiempo no le hagamos creer que seis jueces de infidelidad profesional y ética son lo mismo que los que mataron a los mártires de la Santa Cruz. O que compatriotas nucleados en partidos de tonos conservadores, retrógrados y hasta derechistas, que van a elecciones en búsqueda de mandatos avalados por la voluntad popular, son iguales a bandas de asesinos que con y sin uniforme masacraban impunemente en nuestro pais.

Estamos banalizando el sufrimiento físico y la muerte. Y la muerte no puede, nunca, banalizarse.

La vida, es nuestro principal derecho desde el Ius naturalismo hasta el Ius positivismo y desde el humanismo como filosofía hasta su defensa como valor social y prioritario en cualquier doctrina política que se precie de racional. Entonces nada es comparable con quienes atentaron directa y físicamente contra la vida.

Es grave que en virtud de estos paralelos desatinados haya generaciones como la Millenial (nacidos entre 1982/1994) y la Centennial o Generación Z (nacidos luego de 1995) que puedan creer que la cotidianeidad de la dictadura era ver como jueces y funcionarios alardeaban de su corrupción e impunidades o como ciertos medios intermedian los fenómenos de opinión pública falseando la información.

No. Para nada. La cotidianeidad de la dictadura era el estado de pánico perpetuo. El miedo atroz. La sangre presente en cada día y en la muerte de miles y miles de personas. La tortura, tremenda que desgarra carnes y atormenta para siempre las mentes. La imposibilidad de proyectar vidas a mayor tiempo que uno o dos días ya que esa noche, los horribles podrían venir a buscarte.

No, la lucha de los 30.000 no es la misma. Ni siquiera se parece. Y es injusto e irresponsable mezclar las valoraciones.

Como dije al principio, es reaccionario.

Hace 45 años se creía que el “poder nacía de la boca de un fusil” y que los que tenían más fusiles imponían su poder de muerte. Y que esos fusiles ganarían las batallas políticas.

Hoy podemos, cada dos años y aún dentro de los limites formales de las llamadas democracias liberales, elegir representes parlamentarios y cada cuatro años decidir a quién queremos en la presidencia de la Nación.

Hoy no gana quien más tiros efectúa y más armas posee, gana quien tiene mejores convicciones y atractivos hacia millones de electores.

Se gana con la política.

Porqué es erróneo plantear continuidades históricas en un pais que no es el mismo de 1976 y donde, por más que en forma marketinera, desde algunos progresismos (insisto en reconocer su buena onda y honestidad intelectual) sigan hablando sobre un “enemigo único, idéntico y común”, yo quiero decir que no me siento hoy agraviado por los fusiladores de Manuel Dorrego, ni por quienes sostienen ideas sarmientinas o rivadavianas que son expresión de miradas con posicionamientos de hace 200 años pero inútiles a la hora de definir en nuestra actualidades, a los verdaderos adversarios y enemigos que se debe tener en cuenta.

O afirmar como lo hace Leopoldo Moreau que “A Illia lo echó un golpe militar auspiciado por los mismos sectores civiles q hoy representa el PRO”

¿Por qué esa necesidad de anclarse en pasados dolientes para explicar o ubicar presentes distintos?

Ya que en 1963 el  golpe contra Ilia se reconoce en cierta matriz ajena casi absolutamente a cualquier formación partidaria actual y que reunía partes de intereses farmacéuticos afectados por ese gobierno, con críticas a la ilegitimidad de origen de ese presidente electo con el peronismo proscripto, o sea en elecciones ni libres ni totalmente democráticas.

Las peores historias no deben recibir la banalización de la mentira o el despiste. Ya son malas en sí mismas. Como hoy, son malos en sí mismo algunos planteos de la política más retrograda, pero por su actuales deseos, planteos y propuestas y no por falsos emparejamientos históricos.

Ni siquiera bulle hoy continuidad alguna de nuestros viles y peores períodos a los que no le encuentro persistencia en la historia y con margen de actuación en lo político y lo económico.

Hablo del golpe fusilador de 1955 y de la dictadura criminal de 1976, cuyas vertientes y orígenes y factores que hacen a su poder y a sus supuestas representaciones económicas y defensas de interesas antipopulares, son visiblemente distintos a los de hoy.

Las variables internacionales en las nuevas globalidades de la post 2GM y del boom petrolero, muestran actores extranacionales absolutamente distintos de los que hoy ocupan cierto lugar parecido en lo que se llama “el poder mundial”, o al menos el poder devenido de gobernar países centrales y de los que poseen activos de los más importantes conglomerados empresariales.

Lejos quedó la Trilateral, aquella Comisión formada en los 70 por poderosos empresarios de EEUU, Japón y Europa occidental y que daba marco a sus deseos de cómo debía ser el orden capitalista mundial

No existe la doctrina Kissinger que tuteló las riendas de procederes mundiales.

Mucho menos estamos bajo el imperium del imperialista y medieval informe Kissinger que abordaba los temas de sobrepoblación mundial como un problema a la seguridad nacional de los Estados Unidos. Y de ahí, devenían fórmulas para controlar la natalidad, fórmulas que podrían asumir expresiones de guerras y el impulso en algunos países de muertes masivas mediante distintas y aberrantes formas.

Esto lo defino ante quienes sostienen, muchas veces de forma conspiranoide, la vinculación innegable (para ellos) entre “poderes internacionales” y siervos locales.

Aun asumiendo cierta verdad en esto, no son los mismos ni los unos ni los otros.

El poder, que a mi juicio no tiene continuidades, se expresaba en la alianza producción/finanzas y que desde el centro a la periferia mundial imponía sus condiciones, y tenía “sus sherpas nacionales”. Hoy mientras en el ranking mundial de empresas se alinean las GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple, Microsoft) en primeros lugares. Apple primera, Microsoft 3, Amazon 4, Alphabet 5, Facebook 6, Tesla 8  y no aparecen hasta el lugar 12 y 13 algunos vinculados a las finanzas (sector de poder y control en los años 70) como Visa y JP Morgan Chase, mientras que -por ej.  las vinculadas a energía (salvo Saudí Aramco que está 2da) y producción fabril, otros de los sectores decisionales de hace 50 años y con influencia en gobiernos de países centrales y con manejos en gobiernos de países periféricos,   no aparecen hasta lugares muy atrás como Exxon en el 35, Chevrón en el 50, Boeing 80 y Siemens 90 y los otrora dueños de la economía privada como Ford, Fiat, Volkswagen y Toyota, ya ni miden acá y se buscaron un ranking propio que las ubique mejor paradas.

O sea, la Argentina es otra. El planeta es otro. Los contextos son otros. Los intereses políticos son otros y, lo más importante, los económicos y de dominación, también son otros.

¿Entonces para que embarullar la historia?

¿Para qué poner en niveles de similitud la bestialidad asesina de dictaduras y dictadores con aquellas posiciones que hoy se ubican en el universo de la llamada derecha y del conservadorismo que anhela menos derechos?

A los cuales, obvio debemos enfrentar y les podemos ganar elecciones y evitar que hagan lo que pretenden, mientras que a los otros, a los que nos mataban “en serio y no simbólicamente”, no les cabía ese freno.

Por eso la lucha es otra y las formas son otras.

Y la construcción simbólica de esa lucha y de cualquier resistencia debe ser mirada fuera de modelos antiguos e inexactos.

Pues al no saber bien contra que hay poner la fuerza popular no habrá manera alguna de ganar.

 

 

 

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