Otra posición recurrente es la que coloca al fascismo italiano, en una globalización internacional como parte de su propia característica.
Se le asignan actuaciones internacionales, conspiraciones y proponer “franquicias” en distintos lugares del mundo, desde sus casas matrices de Roma y Milán.
En verdad, no hay muchos datos certeros y verificados en la historia que abonen esta posibilidad.
Las palabras componen una de las más hermosas porciones del mundo cognitivo. Son el arte humano por antonomasia y se me ocurre un juego de palabras para dar cierta poética a esta nota: “Fachendoso” es sinónimo de “fantasma”. A la vez, su fonema, su sonido expresado oralmente e incluso sus primeras cinco letras al utilizar la escritura para mencionar esa palabra, se pueden asociar con “facho”, ese coloquialismo que adjetiva, en versión abreviada y en algunos países, a los fascistas (o a derechistas de toda laya). Bien, acá jugamos con pretendido alarde de ingenio y sentido equívoco con las palabras y decimos que “Ningún fantasma (fachendoso) fascista (facho) recorrió Europa”.
Estas líneas, pueden tranquilamente obviarlas aquellos lectores serios y no amigos de chascarrillos. No afecta el contenido.
Hubo, es cierto, una presencia italiana en el conflicto civil español (1936/1939) con la intervención de tropas de sus Fuerzas Armadas (lastimosa presencia del fascismo en todos los terrenos militares que participó) apoyando al bando insurrecto y golpista del general Francisco Franco, pero no existen testimonios de que esto constituyera un paso para asegurar alguna presencia de formaciones fascistas en España.
Franco no era fascista y la principal formación política con simpatía y relación con Mussolini era la Falange Española, que a su vez mantenía tirantes, distantes y conflictivas relaciones con Franco.
Uno de los más destacados dirigentes de las derechas españolas y propulsor del fascismo en España, Ramiro Ledesma Ramos, quien también fue ensayista y filósofo, y que fue fundador de las JONS (Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalistas) y que al unir su espacio con la Falange de José Antonio Primo de Rivera le dio fortaleza a la nueva conformación (Falange de las JONS), fue claro en una definición acerca del carácter global del fascismo: “Fácilmente se comprenderá que cuantas veces utilizamos aquí la palabra «Fascismo» lo hacemos como una concesión al vocabulario polémico mundial, pero sin gran fe en la exactitud expresiva, ya que, por nuestra parte, nos inclinamos a negar al fascismo propiamente dicho características universales”
Por su parte, la figura más importante del falangismo Primo de Rivera, al colocar intelectualmente al fascismo bajo el concepto de Patria, le quita toda connotación internacional, valor este que dejaba para sus enemigos del comunismo: “Es una idea: la unidad. Frente al marxismo, que afirma como dogma la lucha de clases, y frente al liberalismo, que exige como mecánica la lucha de partidos, el fascismo sostiene que hay algo sobre los partidos y sobre las clases, algo de naturaleza permanente, trascendente, suprema: la unidad histórica llamada Patria”
Y el propio Benito Mussolini llamó al fascismo “un producto exquisitamente italiano, no exportable”.
Existe un episodio histórico que intentó, con aciaga suerte, modificar el carácter nacional del fascismo. Fue un Congreso fascista, del cual hablaremos unas líneas más adelante.
No existieron significativos episodios de reuniones internacionales entre fascistas originales, fascistas potenciales y aspirantes a constituirse en organizaciones fascistas.
Es un dato importante, en virtud que algunas literaturas modernas sobre el tema asignan carácter universalista e internacional al fascismo original.
En verdad eso no ocurrió como dato histórico y político concreto.
Y no es menos importante para esta escasa cantidad de encuentros internacionales fascistas o filo fascistas entre 1922 y 1944, el casi nulo interés de quien hubiese podido motorizar una fuerte internacional derechista bajo su égida, que era Benito Mussolini.
Es interesante repasar un suceso que intentó abrir el camino para un marco que brinde cierta universalidad al fascismo y que ocurrió en 1934, cuando ya en Italia esa identidad llevaba doce años de gobierno, conducción política de la Nación y manejo en unicato del Estado y desde un año atrás había llegado al poder en Alemania, el Partido Nacional Socialista Obrero Alemán y Adolf Hitler había comenzado su mandato como canciller y la modificación infraestructural de la administración pública, la legislación y los usos republicanos vigentes en Alemania, para entrar de lleno en un modelo dictatorial.
O sea, que las condiciones de impulso, en caso de haber querido una concreción real de un fascismo con entidad mundial, eran óptimas. Sin embargo, eso no ocurrió.
Asi como la pereza intelectual acomoda su vagancia en la facilidad de llamar fascismo a lo que no lo es y se aplica la nominalidad a toda expresión de derecha autoritaria, a todo gobierno intolerante y represivo y en definitiva se convierte el sustantivo “fascismo” en adjetivo para calificar casi todo lo que no nos agrada políticamente, también existe el mito de la internacionalización del fascismo en los años previos a la SGM.
Desde ciertas miradas más poéticas que historiográficas y más políticas que investigativas se construye la versión del fascismo global, del fascismo que busca expansión ideológica (no es lo mismo que la expansión guerrera y militar lograda en Albania, Abisinia, Etiopía y otros lugares conquistados y anexados) en una suerte de extensión de esa tradición italiana en otros países.
Pero, en verdad, poco hay de eso para corroborar históricamente y bastante hay de lo contrario para afirmar que el fascismo no tuvo jamás intenciones de brindar “franquicias” políticas fuera de Italia.
Investigamos la única parte de la historia donde se debatieron estos temas.
Eso ocurrió en Montreux (Suiza) entre el 16 y el 17 de diciembre de 1934 en lo que luego se conoció como la Conferencia Fascista de Montreux.
Participaron organizaciones que buscaban ser reconocidas como fascistas en distintos países de Europa y también dirigentes en forma individual.
La organización y la presidencia de esa reunión estuvo a cargo del “Comitati d’Azione per l’Universalità di Roma” conocida por su sigla CAUR.
Si bien la CAUR era una suerte de red semioficial italiana, avalada y en algunos momentos apoyada por el régimen fascista gobernante, no destacaba por su importancia como organismo político.
Es cierto que tuvo en un comienzo, en 1933, el interés en hallar formas que mancomunen una suerte de fascismo universal, lo cierto es que terminó fungiendo como validadora de “certificados” para quienes en cada país solicitaban su adscripción. Y esa tarea, más política que ideológica, más administrativa que creadora de lazos filosóficos universalizados, logró desvirtuar sus propósitos originales.
Pero también ocurrió que a la hora de definir marcos conceptuales que unifiquen valores, calidades, principios, ideas y perspectivas del fascismo como dato intelectual, surgían diferencias y obstáculos para acordar en los mismos.
No había un “fascismo universal” como coincidencia en todo su volumen teórico, práctico y filosófico.
Aparecieron distancias entre sus integrantes y sus aspirantes en tan importantes valores como el racismo, el papel del Estado, la violencia, las prácticas liberales del republicanismo, el antisemitismo, el corporativismo y algunas otras cuestiones que tuvieron en debate.
A pesar de esto, había un cierto “piso de identidad” y eso permitió a la CAUR reconocer en 39 países a espacios políticos que podrían ser identificados como fascistas.
En esa categoría ubicaban a todos los países europeos con exclusión de Yugoeslavia y agregaban extra continente a fuerzas derechistas (y no solo de esta ubicación en los dameros políticos) de Canadá, Australia, Estados Unidos y agrandaban su propio códex con grupos de África del Sur, Asia y América Latina.
En la Conferencia de Montreux asistieron parte de los que desde hacía un año figuraban como integrantes de la potencial internacional. Fueron 13 países europeos donde destacaban representantes del primer partido fascista español, el de Ernesto Giménez Caballero (luego intrascendente dentro de la Falange Española y de las JONS), la Guardia de Hierro rumana con Ion Mota al frente, estuvo Vidkun Abraham Lauritz Jonssøn Quisling del Nasjonal Samling de Noruega, hubo delegados de la llamada Guardia Nacional de Irlanda que en realidad era el nombre adoptado, por el militar Eoin O ́Duffy para su agrupación pro fascista a partir de 1933 y una vez defenestrado por el gobierno irlandés de todos los cargos importantísimos que había tenido. O ́Duffy había sido oficial jefe del IRA y condujo luego de 1936 durante la guerra civil española una Brigada Irlandesa que luchó junto a los golpistas del general Franco. Sus seguidores fueran conocidos como Camisas Azules (blueshirts).
Visitaron la ciudad suiza para estar en el Congreso, Antonio Eça de Queiroz jefe de Acçao Escolar Vanguardia (Organización portuguesa derechista de jóvenes estudiantes), Marcel Bucard del Partido Francista francés (el movimiento francista era un partido de tipo fascista que luego de 1940 colaboraría con los nazis ocupantes de Francia), y comisionados de organizaciones de Lituania y Grecia entre otros.
También enviaron su gente Campo Nacional Radical-Falangista de Polonia (ONR-Falanga), el Movimiento Lapua de Finlandia (Lapuan Liike), la Unión Nacional de Portugal (União Nacional), la Unión Británica de Fascistas del Reino Unido (BUF), el Frente Patriótico de Austria (Vaterländische Front, VF), la Cruz Flechada o Movimiento Hungarista de Hungría, el Zveno de Bulgaria, el Rexismo de Bélgica, el Movimiento Nacional Socialista holandés (Nationaal-Socialistische Beweging in Nederland, NSB), el Partido Popular Eslovaco o Guardia de Hlinka de Eslovaquia (Slovenská ľudová strana, SĽS) y el Movimiento Ustacha de Croacia.
No hubo representación oficial del nazismo alemán. Esto habla de la distancia que en 1934 existía entre el fascismo y el nazismo, tanto en su faz filosófica e ideológica como en sus alineamientos internacionales. También es de destacar que poco antes de este encuentro en Suiza, los nazis habían asesinado al canciller pro fascista mussoliniano de Austria, Engelbert Dollfuss, por lo que se supone el nulo interés del Duce italiano en compartir ámbitos con delegaciones oficiales alemanas.
Otro dato “color” está dado por una aclaración de José Antonio Primo de Rivera el cual asignó carácter a título personal de miembros de su organización, negando que la Falange participara oficialmente.
Y junto a la ausencia nazi, la otra falta destacada fue la de Sir Oswald Mosley, fascista británico y diputado del parlamento y figura, en esos tiempos, importante para la política europea. Jefe de la organización Unión Británica de Fascistas. Si bien concurrieron sus representantes.
Desde el inicio los debates marcaron lo que sería la frustración de crear una internacional que agrupe partidos, sectores y organizaciones que veían en el fascismo un faro político. Y que en alguna manera debiera ser la contraparte de la Tercera Internacional comunista.
No fue ajeno a este malogro, cierto enfrentamiento ideológico entre los partidarios del fascismo italiano y los del nacionalsocialismo alemán, que, si bien no presentaron representante oficial, mandaron algunos agentes a presenciar el encuentro y también expresaba posiciones algunos partidos pro nazis.
Un historiador español, Íñigo Bolinaga Irasuegui, en su “Breve historia del fascismo” es quien sostiene que había dos escuelas que podían y pugnaban por representar al fascismo en Europa. Esto a partir del ascenso al poder de Hitler en 1933, por lo que bien pudo hacerse desatado esa controversia en el Congreso de Montreux. “Por un lado la alemana, con un nacionalismo más romántico y acorde al que nació en el siglo XIX, cargado de antisemitismo, y que aspiraba a un control total del Estado y, por otro lado, la escuela italiana en la que se englobarían los fascismos occidentales, por ejemplo, con un nacionalismo más liberal, propio del siglo XVIII, y más tendente al corporativismo”
También apuntó a no hallar total comunidad de intereses, los entredichos de los fascistas irlandeses con los británicos, donde estos últimos plantearon su apoyo a una Gran Bretaña grande en la cual estuviera integrada Irlanda, a los que los de la Guardia irlandesa respondieron desde su nacionalismo e independentismo, con la propuesta, de una Irlanda grande que incluiría a Irlanda del Norte.
Hubo discusión en torno al antisemitismo y mientras delegados rumanos, daneses y suizos lo planteaban como eje central de su política, los mismos italianos, portugueses y los irlandeses negaban esa condición.
Es sugestivo que en 1934 y en medio de un conclave lleno de derechistas y filo fascistas se arribe a una frase para cerrar el tema del antisemitismo que decía “la cuestión judía no se puede convertir en una campaña universal de odio en contra de los judíos».
Es decir que el tema judío desde lo racial y religioso era dejado totalmente de lado y solo “la cuestión judía” remitía a una posición política.
En este tema, la presencia italiana, sobre todo en la voz de Eugenio Coselschi, fue clave. No había en la Italia mussoliniana, clima racista ni antijudío. Ni lo creían de importancia como dato de construcción política y de poder.
Y ya en las mociones finales, aparece más como significante que como significado el reconocimiento (mayoritario mas no unánime) y henchido de formalidad tan cara al fascismo italiano, de Benito Mussolini como “fundador y jefe del fascismo internacional”.
Consigna y bandera ésta que solo se alzó en el final de ese congreso ya que no existió ningún fascismo internacional.
En definitiva, es razonable suponer la dificultad de aunar miradas, prácticas, ideologías, culturas en un espacio donde el ultra nacionalismo primaba como valor de los participantes. Sus reivindicaciones, colisionaban en virtud del carácter propio de las reclamaciones de cada país.
A este congreso continuaron, en declive de importancia y presencias, tres reuniones, que tenían como objetivo la convocatoria a un segundo Congreso: la primera fue en enero de 1935 en París, la segunda en Ámsterdam entre 29 y 30 de marzo de 1935, y la tercera en Montreux el 11 de septiembre de 1935. A esta reunión le sucedería un Congreso, en esa misma ciudad suiza, que fue llamado para diciembre de ese año y no se realizó. Destaco que esta última reunión de Montreux, algunos historiadores la toman como ese segundo Congreso no efectuado. No existen muchos datos al respecto.
En ese segundo cónclave de Montreux, si asistió José Antonio Primo de Rivera y tuvo una brevísima participación ya que solo fue para expresar que si bien tenía simpatías políticas por los participantes Falange Española no participaría pues no acordaban con ninguna estructura internacional y su movimiento y lucha eran estrictamente nacionales.
Si bien fue recibido con aplausos y se solicitó un minuto de silencio por los “mártires falangistas que regaban las calles españolas”, José Antonio no fue benigno, en sus palabras, a los efectos de sumar la Falange a alguna organización supranacional: “Les agradezco sinceramente la acogida conmovedora que me han dispensado, no solo a mí, sino a la Falange Española que lucha día a día en las calles ensangrentadas de mi pais. Me siento conmovido por vuestro recibimiento y os restituye el sincero saludo de la Falange Española y el mío propio.
Me veo obligado, por el momento, de no poder tomar parte en los trabajos de vuestra comisión. España no está aún preparada para unirse, a un movimiento de carácter no sólo internacional, sino supranacional y universal.
Y ello no sólo porque el carácter español es demasiado individualista sino también porque España ha sufrido mucho por culpa de las internacionales. Nosotros estamos entre las manos de al menos tres internacionales: una masónica, otra socialista y otra capitalista con dependencia de otros poderes, de carácter extranacional, que intervienen en los asuntos españoles.
Si aparecieran ante la opinión pública española unidos a otro movimiento, y ello sin una preparación lenta, profunda y difícil, la conciencia pública española e incluso la conciencia democrática protestarían”
Son palabras de una claridad enorme respecto a la razón, no solo de Falange española, por la que partidos y organizaciones que hacían eje en el carácter nacional de su ideario, en el sentido central de Patria y en la característica propia de cada pueblo, no podían establecer ninguna organicidad formal con carácter internacional.
Como interesante dato para argentinos, en los archivos de la reunión de Ámsterdam del 29 y 30 de marzo de 1935, figura el comienzo de la reunión cuando su presidente, el italiano Eugenio Coselschi (quien fuera secretario personal de D’Annunzio durante la empresa de Fiume), a su vez presidente del “Comitati d’Azione per l’Universalità di Roma”- CAUR, da la bienvenida a un ignoto Partido Fascista Argentino que pide integrarse: “Tengo el placer de anunciarles que el Partido Fascista Argentino envía su saludo y acepta todas las deliberaciones votadas en Montreux”
El Partido Fascista Argentino (PFA) fue un partido político argentino, de breve existencia, intrascendente y del cual se ignoran datos sustanciales, de ideología fascista que existió entre 1932 y 1936 y fue fundado por ítalos argentinos.
Sus dos dirigentes más conocidos fueron Nicholas Vitelli que estructuró el partido en la provincia de Córdoba (Argentina) y quien a su muerte en 1934 fue sucedido por Nimio de Anquin.
No queda material de archivo de la mayoría de estos encuentros, salvo el de Ámsterdam que fue recopilado por Asverio Granelli, un fascista italiano, que dirigió la revista” Octubre” y que era uno de los impulsores de un fascismo universal.
Hoy el archivo Granelli se conserva como parte del “Archivo” de Renzo De Felice.
No sirvieron estos congresos y reuniones para lograr una síntesis común sobre el fascismo y su importancia como aglutinador mundial. No hubo unidad global de formaciones fascistas en un solo núcleo conductor.
Pero a quienes sí, les sirvió fue a la Tercera Internacional comunista, que temiendo que estos cenáculos dieran frutos unitarios, decidió modificar su rumbo de “clase contra clase” con único eje de trabajo y con exclusividad social, entre los obreros y acordó impulsar coaliciones electorales y movilizadoras con los llamados Frente Populares, donde reunió a socialdemócratas, liberales, republicanos, comunistas, anarquistas y en general, moderados y centristas.
Y con estas expresiones amplias triunfó en las elecciones de Francia y de España, ambas en 1936.
(Datos sobre el Congreso de Montreux: Metapedia, Wikipedia, Notas del neofascista Giancarlo ROGNONI