Fascismo – Pereza de intelectuales

Publicado en InfoBae 

Pedro y el Lobo, el fascismo y cierta indolencia intelectual

 

Una aproximación, aun mínima, a la semiótica y a la lingüística, es una práctica interesante para quienes hacemos política y también para cientistas sociales y periodistas.

El uso más correcto de las palabras es un hecho colaborativo con el mejoramiento de la construcción de discursos, textos y propuestas. Conociendo algo de esos temas evitamos que aparezcan, hasta el abuso, palabras que quiebran la unidad del signo lingüístico al contrariarse entre significante y significado.

Se habla y escribe con símbolos que no expresan más que una fonética ajena al sentido del término, y esa fonética, casi de sonoridad musical, termina subvirtiendo la razón de lo que se quiere decir. Entonces, la facilidad en repetir y reiterar una palabra que no se corresponde con el sentido que se le asigna hace que esa manifestación fónica (significante) carezca de verdad al intentar vincularse con el correlato mental de ese sonido (significado).

Hecha esta breve descripción, muy conocida por comunicadores y cientistas y politólogos, intentaré verificar estas dislexias políticas en el uso de la palabra “Fascismo”.

Darle denominación de fascismo a lo que no lo es, confunde la historia y arriesga peligros.

El fascismo que más allá de complejas, variadas y disimiles interpretaciones es una expresión política, y como tal sujeta a su tiempo y su territorio no reitera sus aptitudes, su índole en cualquier condición de hospedaje histórico. A cercanas características pueden ocurrir adyacentes aproximaciones, pero la cercanía no es la identidad, es el parecido.

A similitudes sociales, históricas y culturales pueden surgir experiencias políticas de analogías aproximadas, pero no las mismas. En filosofía “la identidad es la relación que toda entidad mantiene solo consigo misma” – Robert Audi- The Cambridge Dictionary of Philosophy-, en definitiva, identidad es la circunstancia de ser una cosa en concreto y no otra.

El fascismo es lo que es en virtud de los entornos originarios, los sujetos originales, las mutaciones devenidas de su exclusivo andar, la potencialidad de su vinculación y relación peculiar entre los liderazgos y los destinatarios de sus mensajes. Estas situaciones son irrepetibles por más parangones históricos que se busquen, y que se encuentren.

La facilidad y cierta pereza intelectual en explorar mejores expresiones, a la vez que más claras descripciones hace que la utilización del concepto de fascismo se aplique con una incorrección enorme. Cualquier “derecha” es fascista. Lo que no nos agrada es fascista. El nazismo es fascista. El franquismo español es fascista. Las dictaduras militares son fascistas. Gobiernos de cierto izquierdismo formal son fascistas. Sistemas sostenidos en democracias liberales son fascistas y sistemas sostenidos en ausencias de democracias liberales también son fascistas. Es obvio que esto no es así. O, no puede ser así.

Intento tomar al fascismo original italiano como un proceso exclusivo de ese país, en ese contexto y con esos protagonistas. Irrepetible fuera de las variables que le dieron origen, poder y sostenimiento en el tiempo. Ese fascismo tuvo una génesis social en virtud de circunstancias que, aunque con cierta equivalencia a otras en otros países, fueron peculiares y con sujetos históricos solamente fidedignos en sí mismo.

Su tránsito por el poder reconoce otras circunstancias sociales e incluso, aunque con repetición de sujetos centrales, otros y nuevos protagonistas.  Es decir, consideramos al fascismo como italiano, producto de la propia dinámica social de ese país entre principios del siglo 20 y 1946 aproximadamente, y con los nombres propios que le dieron matriz a esa tradición. Benito Mussolini, Ítalo Balbo, Giacomo Acerbo, Emilio del Bono, Cesare María de Vecchi, Dino Grande, Galeazzo Ciano, Luigi Federzoni, Atilio Teruzzi, Carlo Favagrossa, Luigi Turzo entre otros fueron los sujetos constituyentes del fascismo, tanto en su origen en el llano como en función de gobierno.

Obviamente estimo improbable construir “fascismo” en otro contexto y con otras nominalidades. El sujeto se constituye con el objeto y al variar estos el resultado siempre es otro. Siempre.

El historiador italiano Alberto De Bernardi en su libro Fascismo y Antifascismo. Historia, Memoria y Cultura política acerca una opinión en valor similar a nuestra consideración sobre el carácter único del fascismo original: “Si existe una lección en historia es que esta no se repite: es un conjunto de “hechos” materiales, culturales, militares, políticos, sociales, mentales, únicos e irreproducibles, y la tarea específica de los historiadores es recordar a la opinión pública que no confunda las posibles similitudes entre eventos actuales y otros pasados, con la posibilidad de que el pasado se reproduzca en el presente y, por tanto, y que no caiga en la trampa de explicar lo reciente con lo remoto, siguiendo el “ídolo de los orígenes”.

No solo nada regresa, sino que las similitudes a menudo no se mantienen en un análisis profundo y se revelan en lo que son: representaciones y proyecciones de hoy en el pasado, que se suceden cada vez con mayor intensidad cuanto más fallamos en elaborar las claves de lectura y modelos explicativos convincentes y originales del presente. En este cortocircuito, perdemos de vista una de las grandes lecciones epistemológicas de Bloch, aquella de que el tiempo histórico es una “realidad concreta y viva” fundada “en la irreversibilidad de su curso”.

El fascismo es lo que es en virtud de los entornos originarios y sus sujetos primigenios y en esa forma es irrepetible por más parangones históricos que se busquen.

Uno de los pensadores que más abordó el tema del fascismo el historiador Emilio Gentile (Italia 1946) concluye, todavía en 2004, que “el fascismo aún parece un objeto misterioso e huidizo del intento de una clara y racional definición histórica”. Esta sola y clara definición debiera servir para poner lejanía en el uso indiscriminado del término fascismo, tanto en versión adjetiva como en su calidad de sustantivo y en sus valoraciones políticas tomándolo como insulto o como elogio.

Es motivo de controversia histórica y desde las ciencias políticas caracterizar a determinado gobierno como “estado fascista” ya que no alcanzan características comunes como la exaltación del nacionalismo, el autoritarismo, un nivel totalitario y de represión policial para asignarle esta identidad política. Cierta molicie en abordar mejores definiciones conduce a darle categoría fascista a regímenes y gobiernos que no lo fueron.

Y como no pretendemos cerrarnos en nuestra interpretación, abrimos la cabeza a entender que se puede considerar un “fascismo empírico y un fascismo sistemático” y también se puede distinguir entre fascismo como régimen y fascismo como movimiento o ideología. Y desde ahí entender, aunque no compartamos, el uso indebido de la palabra “fascismo” como tal.

Cuando referimos a la posibilidad de ver un fascismo empírico y un fascismo sistemático, lo hacemos para comprender a quienes utilizan el término adentrando su mirada en el marco teórico a la vez que lo alejan de lo historiográfico.

En la inteligencia de dar valor a muchas apreciaciones sobre el fascismo surgidas de este modelo de interpretación abrimos un rumbo de elucidaciones que permitan otorgar validez a la existencia de un fascismo distinto al original, con ribetes trasnacionales y con jerarquía de doctrina internacional.

No es este nuestro pensamiento ni convicción, ya que insistimos en la particularidad histórica y exclusiva del fascismo, como modelo nacional y alojado en la geografía italiana y en el período que corresponde a su existencia, primero como movimiento y luego como régimen.

Pero en virtud de abrir las posibilidades incorporamos estas definiciones, lejos de dogmatismo y con amplitud mental y una necesaria apertura intelectual para explorar otras miradas.

Y, la consecuencia de confundir términos, adulterar palabras, asustar con lo que no es tiene como consecuencia aquella vieja parábola en forma de leyenda sobre “Pedro y el Lobo”.

Gritamos tanto denunciando como fascista lo que no lo es, que perdemos de vista distintas formas de autoritarismo, violencia y represión.

Reales, modernas y peligrosas.

Que, seguramente, merecen llevar el nombre que les corresponde.

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