Existe una vieja canción de la Guerra Civil española que, con buen ritmo, dice “Cuando querrá el Dios del cielo, que la tortilla se vuelva, que la tortilla se vuelva, que los pobres coman pan y los ricos mierda, mierda”.
Bueno, eran otros tiempos y otros deseos. Hoy pretendemos que la tortilla se vuelva, y claro, que los pobres coman bien, no solo pan y que los ricos no tengan que comer mierda. No somos tan malos.
Pero para eso, algo simple como que los argentinos puedan comer bien, se precisa una verdadera revolución política, legal y ética que frena este impulso atroz y violento que desde el gobierno llevan adelante y que de a poco van convirtiendo en una pretendida revolución conservadora.
Ante eso cada espacio opositor debe hacer sus tareas. Hablaré del peronismo.
Existe sin duda, en el peronismo, una disposición a la unidad. Lo que sí puede ponerse en duda es el tipo de unidad requerida. Y arriesgamos algunas puntas: No debe ser la que junta nombres con cierto cálculo en sondeos de medición. No debe ser la que aglutina famosos sin tener en cuenta la valoración de su gestión cuando estuvieron en el gobierno. No es la que ignora que parte del sujeto social histórico que votaba al peronismo, eligió poner en la urna el nombre de Milei y siguen creyendo que somos y seremos mayoría por siempre. Eso, habrá que ganarlo.
Es una unidad, más para forjar que para convocarla por teléfono (o mensajes de texto).
Y me interesa poner algunas auto referencias generacionales, para darle sentido a esta nota.
A las personas de nuestra generación (65 años en adelante), nos asustan pocas cosas.
Muchos de nosotros, a los 5 años, salíamos a pintar con cal las veredas de las calles del barrio, creyendo como creían nuestros viejos que eso evitaba la propagación de la poliomielitis, o parálisis infantil, que era el nombre que nos atormentaba. Epidemia maldita.
Precoces en edad ya incorporamos miedos, pero también decisiones. Temprano en la vida vimos como algunas amigas y amigos con los que ayer jugábamos felices, hoy habían muerto o comenzaban a caminar con aparatos en las piernas, y ya no podían jugar igual. Con eso empezamos.
Y esta generación vivió mil cosas: dictaduras más o menos, dictaduras sangrientas y criminales, pandemia, crisis económicas fuertes y livianas, crisis tremendas, golpes militares, hacer la colimba y que nos humillen 390 días seguidos, estar presos, exilios, torturas, fracasos colectivos y personales, guerra en Malvinas, frustraciones políticas, traiciones dirigenciales varias, la muerte de Perón (golpe psicológico para nuestra generación todavía no estudiado en forma debida), el terror a los asesinos del Proceso, los quilombos del 2001… en fin.
Vivimos y también morimos. Soñamos, militamos y en ocasiones la esperanza solo era una utopía. Pero seguimos. Tuvimos escasos júbilos y muchos dolores.
Vivimos, con cierta adolescencia política, la alegría efímera, breve e intensa de aquel 25 de mayo de 1973 donde creíamos tocar el cielo con las manos.
Vivimos, ya más maduros, aquel 30 de octubre de 1983, donde aun perdiendo la elección, comprobamos que ganamos en seguir viviendo. La dictadura ya no podría matarnos.
Por eso estamos preparados para decir que “A esta altura nos asustan pocas cosas.”
De ahí que esta generación, si bien veterana, todavía tiene algo para expresar en la Argentina.
Tenemos algo para decir en el peronismo.
¡La experiencia de lo vivido en esa forma, no se compra en la ferretería de la esquina!
No nos asusta Milei, sólo hay que enfrentarlo. Y vemos, que no muchos lo hacen.
No será nuevo (es el modelo que el general propuso en 1974) pero la idea de pensar como alternativa un Gobierno de Unidad Nacional, hoy es revolucionaria.
Hoy hablar de Unidad Nacional, es revolucionario. Claro, definiendo claramente el tipo de Nación que se pretende.
Porqué enfrente tenemos un intento de revolución de la política que desde lo disruptivo de las formas está venciendo al contenido. Conducen el debate público y manejan la agenda política.
En las sociedades líquidas cuyas formas están definidas en el envase que las contiene, las formas se imponen, momentáneamente, pero con dureza, a los mejores contenidos.
Por eso hoy avanza el pavoroso plan de ajuste que siguen sosteniendo en parte, las propias víctimas de ese cruel programa.
Por eso hoy se naturalizan discursos presidenciales y de funcionarios donde la insana alegría de causar mal ajeno, se hace presente. Gozan con cada medida que saquea hogares. Licuadora y motosierra en lugar de ser objeto de vergüenza, los convierten en calificativos ponderados.
Han golpeado a la sociedad argentina. Están rompiendo casi todo.
Están desarmando derechos, humillando trabajadores, condenando a familias a la incertidumbre de no saber cómo mantener mínimas calidades de vida. Que no son las de poder ir al cine o usar el auto, son las que pasan por poder comer, comprar remedios, educar niños, proteger ancianos.
Son revolucionarios con las siete plagas en sus manos.
Por eso hay que oponerles otra revolución. Con la fuerza contraria que frene la marcha de ese horrible cuerpo en movimiento que es el actual gobierno. Como la física enseña.
Una revolución pacífica. Que acuda a todas las formas de legalidad constitucional que permitan detener esta marcha hacia la nada, hacia el abismo nacional.
Y hay que hacerlo sin verdades absolutas y sin sectarismo. Al menos la parte que toca al PJ.
Y con la necesaria autocrítica de lo que hicimos mal al gobernar.
Nuestra generación pondrá el hombro, otra vez más.