Violencia verbal, una práctica nefasta

La violencia verbal, insoslayable dato del manejo presidencial, expresada en insultos, amenazas, genera tensión en la sociedad y crea un ambiente que se carga de hostilidad.
Las palabras agresivas motivan la pérdida de control de las emociones y puede surgir una respuesta física que parezca una solución inmediata como resolución del conflicto generado desde lo verbal.
Cuando la violencia verbal es frecuenta, se normaliza la idea sobre lo aceptable de una comunicación de ese tipo, y puede conducir a un crecimiento en las posibilidades de violencia física. Tanto en quien profiere originalmente, como en quienes reciben las diatribas y en la vida política, entre seguidores que toman como normal, salir a pegarle a “zurdos de mierda”, “ratas hijas de puta” etc.
Hay una tentación de quien recibe insultos, de defenderse de igual manera, y eso termina configurando un caótico escenario de agresividad donde todos se dicen de todo y hasta puede ocurrir que la vorágine del universo insultante, traslade su resolución a planos físicos.
La permanente exposición a la violencia verbal, en quien la realiza puede desensibilizar y reducir sus inhibiciones, creyendo que tiene una lógica continuidad en la violencia física. En el caso de un presidente, esa violencia física no significa que él mismo la practique, pero al contar con todo el poder del Estado y el dominio de la fuerza pública, esa forma adquiere contornos peligrosísimos.

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