Acción y omisión como forma de expresar la voluntad general

 

Sabemos que los deseos de los pueblos pueden expresarse mediante acciones, estas

son notorias y tienen su significado histórico. Ahora bien ¿pueden los pueblos, las

sociedades, manifestar su voluntad mediante la omisión?

Si los sujetos sociales son lo que hacen, también pueden ser lo que no hacen, siempre

y cuando en ambas condiciones surja con alguna nitidez que el hacer y el no hacer

revelan una vocación mayoritaria. Las ciencias políticas y algunas de sus

exteriorizaciones prácticas son un campo propicio para indagar en este interrogante.

Los gobiernos se asientan sobre bases sociales que definen, y de acuerdo a sus

intereses, mediante algún sistema de selección ser representados por determinados

modelos políticos expresados en liderazgos, partidos o formas que adopte en cada país

esa cesión de representatividad.

Existe delegación positiva cuando la voluntad general expresa su endoso de poder en

un sustentáculo otorgado y que puede ser mediante un acto electoral, lo más común

para graficar este hecho, o por formas intermedias asamblearias, parlamentarias e

incluso directas cuando se enraízan en modelos de gobierno que desde una

concepción de clase (en gral. modelos socialistas como hubo en URSS hasta 1928 y en

Cuba) apuntalan las representaciones basistas surgidas de algún símil de elecciones en

organismos partidarios, comités de base o fábricas.

Estas son las formas positivas en las cuales cualquier tipo de gobierno posee la

legalidad de una preferencia manifiesta.

Pero también puede darse el tipo de delegación en forma negativa donde la voluntad

general no otorga la formalidad de transferencia de sus deseos sobre quien gobierna

pero al mismo tiempo no realiza acto alguno que evite la conformación de ese gobierno

o si lo hace, la fuerza colocada en el intento no es suficiente para el logro del objetivo.

Casos más comunes, las dictaduras, y podría acá argumentarse que el uso de la fuerza

o el poder del Estado elimina la probabilidad de enfrentarla con éxito. Los datos de la

historia muestran que más duraderas o mas fuertes o mas represivas, ninguna

dictadura permaneció incólume durante muchos años de no existir un basamento

social, político y cultural donde asentarse en un grado de representatividad importante

y que movilizaba intereses no solo económicos sino fundamentalmente cuantitativos

en lo popular que le permitía sostener con ventajas la relación de fuerzas dominante.

Y el dato estadístico indica que no hubo dictaduras, tomando los siglos 19, 20 y 21, que

se mantuvieran firmes por ejemplo durante 50 años. Charles Maurice de Talleyrand,

ministro de Relaciones Exteriores de Napoleón, advertía al emperador, “señor, con

las bayonetas se puede hacer cualquier cosa menos sentarse sobre ellas”, dando a

entender que la fuerza militar y represiva por si sola y alejada de cierta complacencia

popular, aun no manifestada en positivo, no garantizaba continuidades.

Esto demuestra que dura lo que los intereses de sus pueblos permiten. Y si esto es así,

existe desde ya una valoración numérica importante en los apoyos. No es este escrito

el lugar donde poner en debate las formas de finalización de las dictaduras, sino

afirmar que todas terminan. Podría pensarse que no es lo mismo el fin del nazismo en

virtud de realidades bélicas que la culminación del salazarismo en Portugal mediante

un golpe militar interno o el fin del somocismo en virtud de una guerra civil. Y es

correcto. No es lo mismo. Pero fuere cual fuere la raíz del desenlace, el básico común

es el agotamiento del periodo de omisión de cada una de las sociedades que provocaba

la tolerancia y aceptación de sus gobiernos dictatoriales. Aún en aquellos ejemplos,

como Italia 1943 y Alemania 1945 donde las derrotas militares cobraron importancia.

O sea, lo que sostiene un gobierno siempre es la relación de fuerzas, manifestada ésta

en el modelo positivo de transmisión de la voluntad general o permitida por la inacción

de esa misma voluntad general.

Claro está que en una mirada que limite el concepto de Rousseau y su Contrato Social

a las formas de las democracias liberales y electivas, solo apreciaremos un carácter de

la voluntad general y que es cuando esta manifiesta su acuerdo mediante algún

instrumento visible, como el voto. Pero no debe ser menos valiosa esa misma voluntad

general, cuando su silencio o quietud aseguran un gobierno.

Hay algunas aproximaciones de Alexander Hamilton quien llegó a afirmar que los

gobiernos deben durar mientras dure su buena acción y conducta. Por eso sostenía

modelos de ejecutivos o senatoriales vitalicios. Y esa “buena conducta” que es sino la

percepción de un pueblo sobre cuánto, cuando y como desea que dure un gobierno!

Claro que preferimos, por experiencias históricas dolorosas y trágicas, por sentido

común y por valoración de la democracia, aquellas prácticas que estipulan en un marco

de libertades civiles y derechos humanos, las formas de elegir los gobiernos. Nuestra

cultura cívica está sostenida en la conveniencia de las alternancias, regularidades

comiciales en tiempos previamente aceptados, controles ciudadanos e interpoderes y

otras claves de un ejercicio de soberanía popular.

Pero lo anteriormente desarrollado pretende disparar el debate sobre la valoración de

toda actitud que pueda asumir la llamada voluntad general como muestra de un

querer colectivo en la búsqueda del bien común y que arriesgamos que no solo se

muestra en la forma habitualmente aceptada, sino también que existe en lo que

llamamos el modo negativo de marcar una relación de fuerzas, que no deja de ser un

querer colectivo que entiende que el bien común está presente aún sin delegación

expresa de la voluntad general.

Cuando definimos que en política “cada uno hace lo que su fuerza le permite” no solo

estamos traspolando una idea de la física sino que exponemos una real dimensión de

la historia política del mundo. Si las sociedades expresaron su voluntad mediante

éxitos electorales que instalaban ciertos gobiernos, esto fue debido a que su fuerza se

lo permitía y cuando esas sociedades no pudieron desalojar gobiernos no deseados,

tanto democráticos como fácticos, fue porque esa fuerza que permite cosas, estaba en

otro lado.

Queremos arriesgar que la relación de fuerzas es la partera de la historia y, por

supuesto, el motor interno de la voluntad general.

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