PERONISMO Y CLASE OBRERA (Apuntes breves, pero con cierta urgencia)

 

Publicado en el Portal Y ahora que

Aquel viejo y querido pueblo trabajador, ese que tenía la foto del general en su living y se

vestía con la mejor ropa el domingo para ir a la iglesia o salir a caminar por la avenida del

barrio, ese cuyos hijos le pedían el último disco de Palito o de Los TNT, luego que le comprara a

crédito el Wincofon, ese no existe más. RIP

Ese sujeto social, firme y convencido. Fortalecido en diarias prácticas laborales y en tupidas

pláticas entre compañeros de trabajo y con sus delegados, ambas sostenedoras de un

peronismo todavía vigoroso y emocionante, no existe más. QEPD.

Como no existe más ese conglomerado industrial de las grandes fábricas alimenticias, textiles y

fabricantes de artículos sustituyentes de importaciones basadas en plástico, goma y metal

liviano.

Ese mundo cotidiano de miles de obreros, juntos en un espacio físico, que hacían peronismo

desde el saludo de entrada hasta el “hasta mañana compañero” con que se despedían, con

tiempo y recursos para llegar a la casa y salir a dar una vuelta con la patrona y los chicos y

comprarles algún juguete. No fue un mundo idílico, fue la Argentina que desde 1943 con Perón

al mando, tuvo más de 35 años de realidad. Y fue la Argentina que construyó Perón. Ese país

se fue de gira, dirían los artistas.

La clase trabajadora no existe más en esa forma y ha mutado. Como un Frankenstein

majestuoso no muere del todo. No se va de un día para otro motivando necrológicas de

urgencia. No fenece en angustiantes despedidas con llantos y signos de incurabilidad, no, solo

disminuye y pierde su ubicación de barómetro social mayoritario y permanente equilibrador

de la verdadera Justicia Social, esa que Milei odia y los libertarios consideran un robo. (¿Qué

piensa de esto Scioli, el peronauta cuyo dato tullido no está en su brazo ausente sino en su

ética política?)

Esa clase trabajadora argentina, ese proletariado nacional que, en un raid incólume como

actor político, atravesó casi ochenta años de historia, desde su debut con tradiciones prestadas

un 17 de octubre de 1945, pasando por la consolidación de su conciencia propia y su identidad

política, llega a hoy con marcas de debilitamiento cuantitativo y con signos vitales de cierta

inestabilidad hemodinámica (parangonando a pacientes humanos), pero aun respirando y el

famoso aparato del costado de la cama de los enfermos in extremis, todavía no traza la línea

recta que anuncia el fin de la vida.

Es cierto que disminuye en forma cuantitativa, y los cambios que modifican cantidades

también impactan en las calidades. Pero disminuir no es morir. No adelanten dedos en V para

ceremoniar adioses ni plegarias llenas de frases doloridas y exageradas que despidan a la

clase obrera argentina. No se alegren los tanatologos del odio.

Es grave que sean menos, pero sería irresoluble su cambio de calidad social e ideológica. Si es

reemplazada en sus valores numéricos por cuentapropistas, precarizados, changas, receptores

de planes, desocupados, colegas en negro, es un dato importante y aciago, pero si lo que

reemplaza a los trabajadores es un carácter de clase, individualista y cargado del subjetivismo

egoísta, la cosa se pone más oscura.

Y eso es, lo que desde el peronismo como estructura y desde la propia raíz del trabajador debe

intentar evitarse. Unos desde cierta mejor capacidad en la comprensión de la etapa y otros en

su natural sabiduría de clase y en su identificación con una doctrina política.

Ambas condiciones se encuentran en una relación dialéctica, y se nutren entre ellas. La

pérdida en proporción de cifras de la clase trabajadora obedece a causas globales; ritmos del

capitalismo más moderno, distribución internacional de nichos de producción, guerras

comerciales entre países, modelos tecnológicos expulsantes en lo laboral; y en lo local por las

crisis económicas propias, devenidas en mutación de industrias en finanzas y en quiebres

empresariales y comerciales. Pero esto no debe hacer cambiar la mentalidad obrera, el sentido

de clase en sí y para sí. Y ese es el numen del peronismo, su garantía de continuidad y vida.

El peronismo es la validación de un vínculo representativo en la conducta, lealtad e

identidad de la clase trabajadora, que adquiere desde esta doctrina una apreciación diferente

de la realidad, y supera el mero hecho reivindicativo que fue la expresión, desde un gobierno

(1943/1955), de resolver demandas insatisfechas y necesidades materiales que permanecían

ausentes. 18 años sin poder institucional y sin gobierno hablan a las claras de motivaciones

más profundas en la relación de lealtad entre la clase obrera y el peronismo.

Hoy, el sostenimiento de esto no es mágico ni puede creerse en naturalismos que se cumplen

solos. Es necesario un esfuerzo, al menos desde lo formal del peronismo político (los trabajadores

y sus autopercepciones clasistas, saben cómo manejarse) para seguir vinculando identidad y clase.

No es terreno para vagancias militantes ni para intelectuales en vacaciones. Es militancia pura

e inteligencia aplicada.

Y, el peronismo en su formalidad, no está demostrando conocer el tema. El discurso y la

frasería barata recorren los mismos caminos lingüísticos que hace cuarenta años y las

consignas cargadas de egocentrismos, que se chocan con lo colectivo, no logran sintetizar

aspiraciones masivas, y menos cautivar emocionalmente a nuevos predicadores que, con

convicción, atrevimiento y voz moderna y empática, salgan a recorrer los senderos de la

Argentina buscando la revinculación del movimiento con sus viejas bases y, lo más importante,

con nuevas adhesiones.

La calidad de los trabajadores como dato social si bien tiene gran valor en su relación

numérica, que hoy se observa disminuida, también posee la potencia de una ubicación en la

sociedad muy definida y de vital importancia. Son los verdaderos productores de la riqueza

surgida del trabajo e incluso apelando a una visión de unidad nacional donde no se mida a sus

actores en función de las relaciones de producción sino en la común identidad de enfrentar

desafíos de desarrollo, independencia económica, justicia social y crecimiento para todo el

país, el peronismo no abona la idea de la “armonía de clases como organización comunitaria

que consolide jerarquías sociales distintas”

El policlasismo no es para los justicialistas un detrimento de calidad, como suponen los

marxistas, es una herramienta de construcción nacional por sobre lo meramente social, pero

eso no quita que los trabajadores sigan siendo la columna vertebral del movimiento. Frase

vieja, repetida, gastada, bardeada pero vigente siempre y hoy, más que nunca. La aptitud

social expresada por la clase trabajadora no es la que solamente se manifiesta en las

conducciones del movimiento obrero organizado, que a veces la contienen y a veces no, es

mucho más que eso, es la memoria histórica, es la experiencia propia y de antecesores, es su

aspiración de futuro.

Los trabajadores son el nervio vital de los procesos económicos y eso no es negar los modelos

capitalistas con democracia y justa distribución ni rechazar la necesaria inversión de capitales

propios y extranjeros, pero esto no quita la importancia histórica que tiene la clase obrera.

Y si bien ha faltado en el peronismo, contención y conducción para las nuevas fuerzas sociales

emergentes, que hoy viven condiciones menos favorables que la de los trabajadores formales,

no por eso se desdibuja la calidad ontológica e inmanente de los obreros argentinos como

clase y como dato político.

No se sabe, si como dice el Eclesiastés 3:1-8 “Los campos están listos y la cosecha es cuantiosa.

Es tiempo de comenzar a cosechar”, pero es una buena cita como para creer que es posible.

El peronismo ha vivido, para describir desde palabras bíblicas, tiempo de matar y tiempo de

curar, tiempo de destruir y de edificar, tiempo de llorar y de reír. Y sabe que para todo hay un

tiempo oportuno pero lo inconveniente es confundir el tiempo de hablar con el de callar, y

esto sin caer en el tremendismo religioso (o al menos tomando las maravillosas canciones de

Vox Dei) de que “hay un tiempo para la guerra y un tiempo para la paz”, el peronismo debe

entender que hay un tiempo que hoy le corresponde y sabiendo distinguir las categorías de

aliados, adversarios y enemigos, y a cada uno darle el trato político correspondiente, poner a

full sus motores.

Las tres variables merecen estudio, el conocer su retórica y sus métodos y en el caso de

adversarios y enemigos, no caer en la fácil tentación de copiarlos, creyendo que incorporando

la violencia verbal y una forma cargada de vulgarismos y amenazas se logrará éxito. Conocerlos

para desmontar sus tácticas, sus pasos políticos y sus estrategias.

Y claro, poner en valor del siglo 21 un ciclópeo cuerpo político y cultural nacido en el siglo

pasado, tiene sus bemoles, “pero es el peronismo, bobo” diría Messi, y su propia doctrina lo

sostiene en el tiempo ya que la vigencia de sus objetivos no ha sido cumplida.

La política opositora argentina debiera pensar hoy, en una multisectorialidad de nuevo cuño,

un bloque social, cultural y político renovado y que posea conspicuos enfoques acerca de

cómo dar la pelea política contra este gobierno que contraría todo lo que millones anhelan

para el país.

El peronismo contiene una energía popular que aparece desdibujada. Se trata no solo de

encontrar las formas de neo apasionamiento por la política y por el peronismo, ¡tarea difícil si

las hay!, se trata de reconstruir un sentido histórico que marcó la relación del peronismo con

los trabajadores, dotando a uno de un carácter de clase y a otro de una doctrina identitaria.

Esa simbiosis es lo que hay que refrescar.

Para ayudar en eso se puede acudir a ver cada dos meses la película de Favio “Sinfonía de un

sentimiento” y cuando pregunten que es el peronismo… pues bien, es eso. O recordar y

transmitir que el justicialismo no es solo el dador de mejores instrumentos valiosos para la

cotidianeidad de la vida laboral y gremial como tener paritarias justas, salarios de decencia,

formalidad en los trabajos y otras calidades que hacen a formas administrativas legales

necesarias, sino que agrega la esplendidez histórica que significó la experiencia de

participación real de los trabajadores en los gobiernos peronistas en esa vinculación virtuosa

del Estado con la sociedad, que se dio fundamentalmente en 1946/55 y con idas y venidas,

pero también en 1973/74 y 2003/2011 con la visible y concreta superación de estándares en lo

concerniente a educación, salud, distribución del excedente, nuevos derechos, trabajo,

cambios culturales positivos, en fin, calidad de vida mejorada.

Esa experiencia de poder para los trabajadores, sobre todo en el primer gobierno peronista, es

un intangible exclusivo, es un valor únicamente acreditado en las alforjas del peronismo.

Eso hay que mostrar y reiterar y predicar.

Claro que hay contradicciones al interior del peronismo, y estas no se resuelven en una interna

partidaria, aunque hubiese sido un correcto paso adelante para mejorar situaciones de

conflicto y legitimar conducciones, que hoy aparecen con cierto barniz más agrupacional que

integral.

Lo que hoy separa en parte las voluntades peronistas son miradas distintas sobre acercarse o

no al gobierno, motivado esto en algunos casos por ubicaciones muy relacionadas con lo

formal y dependientes del poder central, como son los gobernadores y algunas dirigencias

gremiales.

El peronismo no debe ser, en este marco actual, el regulador social del orden imperante,

simplemente porque considera que este orden es injusto, avasallador de derechos y está,

destruyendo de a poco y, tal cual lo proclaman a los cuatro vientos, el Estado nacional,

valoración histórica y legal imprescindible como equilibrador de barbaries e injusticias y sostén

institucional del sentido natural de Nación.

Los peronistas, sin negar una apreciación moderna de las conformaciones de la sociedad

argentina, cruzada por las innovaciones tecnológicas, los adelantos digitales, la IA y la

existencia de esas nuevas fuerzas sociales emergentes de las que antes se escribió, y

reconociendo que para este modelo de sociedad debe obligarse a extremar la inteligencia de

nuevas respuestas, de ocurrentes soluciones, también es útil que sostenga una fuerte posición

ideológica que diga que ante un proceso objetivo y real como es la falacia que ofrece el mileismo

de salir de la decadencia en cuotas y con achicamiento poblacional de consumo y perdiendo

calidad de vida, hay que apelar a una intervención subjetiva y realizarla decididamente, desde la

identidad peronista.

El desafió pasa por tomar la realidad como es, y eso también se logra negándose a asumir falsas

representaciones de unanimidades que no existen. El peronismo debe debatir y eso ya es un

avance por sobre relatos dominantes, pero sin éxitos externos. Algo así como “nos bancamos

ciertas cosas, pero al menos ganen las elecciones y hubieran frenado a Milei”. Caso contrario,

distribuyamos con equidad las culpas y responsabilidades, sin temor a que mencionar esto le haga

un favor a la derecha. La derecha ya gobierna, o parte de una derecha lo hace, y esa victoria la

lograron cuando éramos tributarios de las frágiles y estalinistas ideas de no abrir la boca.

Esas culpas y responsabilidades encuentran en su menor decil a la clase trabajadora peronista que

vota la boleta completa y con escudo, un poquito más arriba la militancia, que sacrificada y con

sentido de lealtad se rompió el alma haciendo la campaña y en los bordes superiores están

quienes pusieron los candidatos, hicieron las listas, diseñaron los discursos, condujeron la

campaña…bah, los verdaderos culpables y responsables.

No es mortal el desdén de las urnas, en la medida que se aproveche para la reflexión sana, la

autocrítica creativa y la superación política de las causas de la derrota.

Hoy las condiciones del poder se discuten desde tres valoraciones cuantitativas, la opinión pública,

la movilización y lo electoral.

La opinión pública merece mejor comunicación de mejores acciones. La movilización, en la medida

de su importancia y masividad puede frenar las políticas destructoras del gobierno y las elecciones

deben sacarlo del poder.

Hoy la “multitud” al decir de Hardt y Tony Negri suma a todas las estrategias. Si se moviliza más, se

generan mejores condiciones para que en las próximas elecciones exista más aceptación para con

el peronismo provocando que haya más diputados y senadores inmunes a los encantos y

presiones oficialistas. La opinión pública es volátil y se nutre de aciertos y de una

correcta comunicación. Hay un balanceo permanente en donde se gana y se pierde.

Es necesario mejorar la subjetividad política peronista para que “ligue” mejor con las

condiciones objetivas que tiene el país. Y acudir a formas organizativas originales y atractivas al

espíritu juvenil, sin dejar de lado, desde ya, la formalidad del PJ, como alojamiento natural de

la mayor cantidad de peronistas porque los climas rebeldes y alborotados creados desde

individualidades, pueden tener larga duración sin resultados positivos mientras que, si esa

rebeldía halla su coordinación política y el encausamiento apropiado, va a tener la satisfacción

de la eficacia en la pelea por ganar el gobierno.

Es cierto como dicen los “movimientistas” que el peronismo es más que un partido, pero también es un partido y que el anti pejotismo solo conduce a fraccionamientos y divide los

campos populares. Por eso estas discusiones hoy tienen la esterilidad de lo inútil, hay una identidad que es el peronismo y hay formas organizativas que en un país con vigencia de una

democracia liberal/electoral (esto no es un demerito) deben cumplirse e incluso priorizarse, y los partidos están para eso.

Hay que dar pelea por las convicciones, no embarcarse en aventuras desesperadas, si tener la certeza y la pretensión de ser los que hablan, cuando muchos callan.

Nada es irrecuperable, aunque se transiten desanimadas etapas de reflujo cuantitativo. El peronismo en su memoria resguarda un ADN de resistencias y resiliencias. Y una genética obrera.

Cada uno debe sacar el bastón de mariscal de la mochila (como dijo un compañero, ¡primero hay que encontrar a quien se robó la mochila!) y dar la batalla en todos lados, la lucha

peronista es multidimensional, no hay lugar para vagos, vacilantes y temerosos, y cada uno estará donde más cómodos se sienta.

Las calles, las redes, los medios, la fábrica, las escuelas y Universidades, las cooperativas, las Juntas barriales, la disputa por cargos electivos, la organización social y gremial empresaria

Pyme y nacional, el arte, la cultura, los municipios, las bibliotecas y muchos más ámbitos de socialización comunitaria donde estar presentes. El/la militante peronista es un PacMan

benigno, solidario y positivo que, en lugar de comerse a todos, los convence y los persuade. El mandoneo no es para el peronismo de este siglo.

Reconocer con la sencillez de ver la realidad, que hoy Milei domina la agenda mediática y la conversación pública. Maneja mejor que todos lo cuantitativo y los contenidos, los medios y

las redes y logró apropiarse de la bandera del inconformismo y pudo colocar al peronismo, en igualdad de lugares con las élites políticas y culturales, la famosa casta. La transgresión, es más

marca de ellos que de nadie.

Esto configura en el peronismo cierta pérdida de identidad y eso se acompañó por malas decisiones sobre estrategias, candidaturas y con un plano interno de verticalismos disciplinantes, carencia de debate y total ausencia de legitimación interna tanto para candidaturas como para conducciones.

El dedo, el dedazo y el aceptar estas formas quitaron identidad y vigor al peronismo. Lo domesticaron en mala forma. Le quitaron el sagrado oleo de Samuel y redujeron sus calidades

de fuerza imponente.

Es vox populi que cuesta hablar entre compañeros, lo cual es malo, pero se perdió capacidad de hablarle y ser escuchados por las comunidades, lo que es peor.

Hay millones de argentinos que la pasan mal, y hay que decirles que el peronismo no descubre eso ahora, y con sentido autocrítico reconocer que también estaban mal, durante gobiernos

propios.

La obligación es llamar a las cosas por su nombre. Terminar con el infeliz sonsonete que se había convertido en mandato vertical y autoritario de que existen verdades que son inconveniente

decirlas para no hacerle el juego a la derecha.

La derecha no precisó nuestro silencio obligado para hacer su juego. Y ganarlo.

No hay interlocutores bobos del otro lado. Todos saben y todo se percibe. No se puede poner caras de póker sino hacer los gestos que corresponden a cada ocasión. Sinceridad

gestual y verbal. En definitiva, sinceridad política.

El propio general Perón, manteniendo la parte prieta y basal de la doctrina y de su discurso, tuvo que resignificar términos durante su tercera presidencia y les dio un sentido evolucionista

y moderno a los conceptos de justicia social, liberación, libertad y democracia.

La ventaja peronista es la de pertenecer a la misma identidad que la mayoría de la clase obrera argentina, y eso otorga una vitalidad desconocida para otras tradiciones, a la vez que obliga a

una responsabilidad histórica y de poder.

En tiempos de mercados y competencias, no deja de lucir con un brillo que tiene aroma a novedad, aunque sea “más viejo que Matusalén”, la rebeldía ante lo injusto. Y desde los

trabajadores, esa injusticia no se percibe desde la apropiación intelectual sino en su propio cuerpo, en su calidad de vida y en sus malestares cotidianos.

Por eso el peronismo posee, cual varita mágica de Harry Potter, la marca identitaria que hace de una clase social un actor político.

No la perdamos.

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